José Antonio Labordeta ha nacido y ha muerto, y los que seguimos aquí damos gracias a su madre por haberlo parido.
Diría Labordeta que "desdichado de aquel que le llegan las horas de las alabanzas", pero más desdichado de aquel que carece de alabanzas. Como le dijo Emilio Zola al general francés que le acusaba de ayudar con su pluma al espía Dreifus, ese oficial judío acusado de traidor: “¿Yo pregunto al general de Pellieux si no hay distintas maneras de servir a Francia? Se la puede servir con la espada o con la pluma. ¡Sr. general de Pellieux ha ganado seguramente grandes victorias! Yo gané la mía. A través de mis obras, la lengua francesa se llevó a todo el mundo. ¡Yo tengo mis victorias! ¡Yo lego a la posteridad el nombre del general de Pellieux y el de Émile Zola: ella elegirá!", y José Antonio ha sido elegido por la posteridad.
Quizá eso pensamos muchos cuando Labordeta mandó "a la mierda" al ese corifeo carca que se reían y le insultaba cuando interpelaba a ese ministro cuyo nombre no recuerdo ya, sobre el AVE.
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Labordeta era como esos viejos árboles que se alzan en el camino con su verdad por delante, incapaces de doblegarse ante nada ni ante nadie. Labordeta era Aragón. Labordeta era Andalucía, Labordeta era España, la España verdadera, no la de "ustedes están habituados a hablar siempre porque han controlado el poder toda la vida. Y ahora les fastidia que vengamos aquí las gentes que hemos estado torturados y censurados por la dictadura a poder hablar. Eso es lo que les jode a ustedes, coño, y es verdad joder, Váyanse a la mierda". Labordeta era la España real, para la que él componía y trabajaba.
Un día, hace bastante poco tiempo, dijo alto y claro Labordeta a un ministro: "Lo que importa es el pueblo, procurar por los más humildes y defender la libertad" y el ministro recibió su legado.
"Abuelo", como tú muy bien dijiste "siempre nos quedará la cultura". Que así sea.