Saramago ha muerto. El escritor luso nos ha dejado. El luchador infatigable ha dejado este mundo, precisamente cuando el mundo lo había dejado a él. Cuando la globalización conservadora inunda todo y saca a pasear a su dios el dinero, cuando el Hombre, escrito así, con mayúscula, ha dejado de ser el centro y se ha apartado hacia una esquinita, temerosos de ser visto. En definitiva, cuando nos lanzan, una vez más, las siete plagas y sacan a pasear a los jinetes del apocalipsis el mundo ya no es el mundo porque algo está pasando.
Y tú Saramago ya no estás entre nosotros, nos has dejado huérfanos. Te has ido en silencio, con lo que tú sabías alzar la voz. Cansado, triste, pero no derrotado.
Y nos has dejado tu espíritu, tu obra y tu fuerza. Aunque aquí y ahora, la fuerza de un solo hombre ya no es suficiente.
¿Quién denunciará ahora que con los habitantes de lo que el capital denomina ‘el Tercer Mundo’, se sigue jugando a las cartas sin dejarles la posibilidad de ganar ni una sola mano?, ¿quién podrá contar ,mirando a la cara, cómo se ‘eslavizaba’ allá, en tu Alentejo? Ya nadie se acuerda de tu 'Levantado do châo'.
Pero aquí, en la Europa perfecta, no estamos libres de su hacha. La espada la tenemos justo encima de la cabeza, aunque cómo en esas películas de ciencia ficción, ni siquiera la sentimos y mucho menos la vemos.
Están probando sus recetas con nosotros. Están castigando la poca resistencia que tenemos, entre los gobiernos menos conservadores y algunos sindicatos. Nos están robando el futuro.
Los Merkel y compañía son los fieles servidores de otros personajes que no habitan en lejanos desiertos, sino que lo hacen en lujosos palacios y se reúnen bajo siglas impronunciables y enigmáticas, como ese club de amigos que se llama Bilderberg al que pertenece alguna que otra realeza europea y cuya bandera es el dinero, o la no menos famosa Trilateral.
Han decidido que el Estado del Bienestar desaparezca, ya lo hemos disfrutado lo suficiente y están diseñando para nuestros hijos una noria a la que habrá que mantener constantemente girando y para ello se necesita mano de obra barata y sumisa.
Y nosotros seguimos aquí, pasmados, quietos, mirando a ver qué pasa. Y tú, querido maestro, te has ido y no queda ya nada, ni nadie.
Tan sólo la desesperación más absoluta. Descansa en paz.
