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viernes, 29 de octubre de 2010

"Todo lo bello y útil de la sociedad lo crea el trabajo, no el capital"

Saramago, Labordeta y ahora Marcelino Camacho (...) .Corren malos tiempos.


Tres referentes nos han abandonado durante este año 2010, el último un líder sindical luchador y cabal, una persona que allí donde se le necesitaba acudía, un gran negociador y un gran orador y sobre todo y por encima de todo, un gran hombre. Mientras, sus huérfanos seguimos aquí.


Ahora que tan de moda está atacar uno de los pilares de la democracia, como son los sindicatos, debemos recordar más que nunca a los viejos líderes que iniciaron este movimiento en plena dictadura, porque ya algunos quieren “olvidar” que aquí en este país hubo una dictadura fascista. Para nosotros quizá sea la hora de mirar a la cara de nuevo a este referente.


Marcelino fue el primero, el más activo, el que siempre estaba, el que nunca se ocultaba, el que daba la cara. Marcelino era respetado y querido, pero sobre todo era temido y casi odiado por el entonces, y también ahora, poco preparado empresariado español, tan dado al ordeno y mando y a la vida fácil.

Tuve el honor y el gran placer de hacerle en octubre de 2001 una entrevista en su pequeña casa sin ascensor del madrileño barrio de Carabanchel, de donde sólo se mudó, casi obligado, cuando sus cansadas piernas y las de su mujer, Josefina Samper , ya no obedecían para subir tantas escaleras. El título de este artículo que ahora escribo es el mismo que usé en esa entrevista en la revista Cambio 16. “Todo lo bello y útil de la sociedad lo crea el trabajo, no el capital”. Esta era su sencilla y compleja filosofía, su norte y su guía.

Marcelino sabía que la lucha de clases no había terminando, muy al contrario de lo que desde hace mucho tiempo viene predicando la caverna mediática y política, y que nuca terminará, porque siempre habrá clases, y siempre habrá lucha, aseguraba. Recuerdo que en esa entrevista de 2001, Marcelino me mostraba en su ‘casa museo’, algunos galardones y premios recibidos, y me los enseñaba casi con pudor, con vergüenza. Y es que Marcelino huía de agasajos y de prebendas.

Ahora, cuando Marcelino ya no puede seguir con nosotros en el duro viaje de la vida, debemos coger su palabra, su bandera y continuar su camino tal  como él nos lo mostró, sin desviarnos ni un ápice.

Me gustaría abrazar, aunque sólo sea a través de la red de redes, a su mujer, Josefina que tan bien me trató cuando acudí a su hogar, y a sus hijos Yenia y Marcel, a los que nunca conocí.

Adiós, compañero. 



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